
Con motivo del Día de las Escritoras, buscamos resaltar la trayectoria de Sonia Calaza López, Catedrática de Derecho procesal de la UNED y Directora de su Departamento; sus aportes al campo del derecho y su perspectiva como mujer en el ámbito académico y profesional.
Es autora única de 14 libros y de más de cien artículos; es coautora de más de 80 libros. Sonia Calaza es una consolidada investigadora que atesora más de diez Proyectos de investigación, los cinco últimos con el destacado rol Investigadora principal. Sonia Calaza es, a su vez, la Directora de la Colección Ética. Justicia. Proceso de Editorial Dykinson.
¿Cuáles considera que han sido sus mayores logros y qué desafíos ha tenido que superar a lo largo de su trayectoria profesional?
Mi mayor logro académico ha sido, indudablemente, mi cátedra. Cuando pude acceder a ella, todavía tenía suficiente juventud para disfrutarla con la frescura e ilusión de una edad razonable; pero he de admitir que fue una durísima carrera de obstáculos, en la que hube de sortear muchas decepciones, fracasos y sinsabores. Felizmente, pude tomar posesión el 2 de abril de 2018 y a partir de ese abril: ya no pude seguir tarareando esa (emocionante) canción de Sabina «¿Quién me ha robado el mes de abril?»— con la sensación de que la había escrito para mí. En ese momento —de éxito que aunaba, pese a ello, muchas derrotas (del pasado)—, comenzaba una etapa de libertad (en el más amplio sentido del término), de pureza (de alma) y de (absoluta) autonomía en el desarrollo de la personalidad sin igual. Como el antiguo opositor que se despierta torturado con la pesadilla de no haber aprobado (en su momento) una asignatura de la carrera y le anulan todo su esforzado trayecto posterior: así me descubro yo (todavía) en alguna ocasión. Mi mayor logro (por ser la feliz culminación de la concentración de muchos otros): mi cátedra de Derecho procesal de la UNED.
Los desafíos de mi trayectoria profesional son constantes. Y aquí no hablo en pasado porque ese mes de abril de hace casi 7 años marcó «un antes y un después» en muchísimos aspectos de mi vida profesional; pero no en los desafíos. Mis desafíos —como digo— son diarios. Cierto es que los desafíos de este momento difieren mucho de los de hace unos años; pero en cada etapa de mi vida (profesional) parto de cero (con la misma fortaleza de siempre) en el diseño de nuevos planes académicos, desarrollo de originales ideas profesionales y materialización de (ilusionantes) proyectos de investigación.
¿En qué áreas de esta disciplina ha centrado sus investigaciones y cuál ha sido su impacto en la práctica jurídica?
Mi disciplina de conocimiento —la verdad sea dicha— es apasionante. Seguramente todas las ramas del ordenamiento jurídico —una vez nos adentramos en ellas— lo sean; pero la mía —el Derecho procesal— así me lo parece especialmente por tres razones: primera, porque atraviesa todas y cada una de las restantes disciplinas -el Derecho procesal es civil, pero también penal, administrativo, laboral, militar: por supuesto constitucional (y todo ello tanto el ámbito nacional como internacional); segunda, porque hace realidad el Derecho: en efecto, la (preciosa) letra de la Ley no es más que una (mera) ilusión (inalcanzable) cuando entramos en conflicto o se produce un desajuste normativo: la realización práctica del Derecho tan sólo puede canalizarse (civilizadamente) a través del Derecho procesal; y tercera (la esencial), porque se ocupa del estudio —con su clásico «trípode desvencijado» (como solemos referir los procesalistas): Acción, Jurisdicción y Proceso— nada menos que del valor Justicia. Y la Justicia de un país (con la Educación) —obsta decirlo— es el más fiel medidor de su temperatura democrática. De ahí nuestra responsabilidad en la (más perfecta) confección (tanto presencial, como digital o híbrida) de los procesos y procedimientos que integran los distintos órdenes jurisdiccionales de nuestra única Jurisdicción.
Yo he centrado mi atención en todos y cada uno de ellos: desde el proceso concursal hasta la orden europea de detención y entrega; desde los procesos matrimoniales hasta los recursos penales; desde las medidas cautelares administrativas hasta los procesos de provisión de apoyos a personas con discapacidad; desde la Jurisdicción voluntaria hasta la violencia sexual. Y ello por poner algunos (pocos) ejemplos de temas nucleares de mis últimas investigaciones. En este momento, centro mi atención —por razón de las reformas procesales recientes (también de las proyectadas)- en la digitalización de la Justicia, en la inserción de técnicas de IA que contribuyen (mediante «documentos generativos») a descargar la labor judicial en asuntos sencillos, en el análisis del derecho de defensa y en la proyección (¡¡¡una esperanza!!!) de la denominada Justicia colaborativa (o extrajudicial). ¿Cómo (y cuánto) impactan nuestras investigaciones en la realidad práctica? Yo creo que muchísimo. Por mi parte, puedo afirmar (con tanto orgullo como humildad) que he encontrado reformas legislativas, así como desarrollos interpretativos jurisprudenciales amparada/os en investigaciones propias; y ya no digamos en el ámbito de la formación universitaria: un buen número de generaciones —a los que hemos inyectado Derecho procesal en vena— son —actualmente— excelentes juristas; muchos de ellos integran —además—altos cuerpos del Estado.
¿Cómo ha sido su experiencia como mujer en un campo predominantemente masculino como el derecho?
Mi experiencia a día de hoy es —francamente— dichosa y gozosa; pero no siempre ha sido así. Hemos tenido —en mi disciplina— algunas referencias femeninas que rompieron —antes que nosotras (me refiero a las mujeres de mi generación) auténticos techos de cristal: estamos muy agradecidas a mujeres como Silvia Barona Vilar —también, en mi caso, a hombres, tan destacadamente «feministas» como Antonio Fernández de Buján (que me inculcó, desde muy niña, el inestimable valor de la mujer, desde Roma, en la historia del mundo)— por ese (decisivo) paso previo de inestimable valor; sin el cual todavía estaríamos atrapadas en un pasado excesivamente masculino.
Las cátedras de Derecho procesal fueron, en efecto, mayoritariamente masculinas en su tiempo; pero por suerte, cada vez somos más, las mujeres que tenemos el privilegio (también la responsabilidad) de acceder a ellas. Y por supuesto en condiciones de absoluta igualdad como no podría ser de otro modo. Yo me relaciono —cada día— con compañeros y compañeras que tienen grabada a fuego la igualdad; de hecho, de tan interiorizada la tenemos que ni reparamos en ella: conformamos grupos de investigación espontáneamente y tan sólo después de haberlo hecho, contamos el número de integrantes femeninos y masculinos. Nos sucede (¡siempre!) lo mismo: sin haberlo premeditado, la paridad se produce naturalmente. Creo que la igualdad de oportunidades (hombre/mujer) —al menos: desde mi experiencia— ya ha llegado al Derecho procesal y podemos felicitarnos por ello.
¿Qué desafíos y oportunidades se presentan en este campo y qué papel cree que jugarán las nuevas tecnologías?
Las tecnologías (a las que ya no me animo a calificar de «nuevas») ocupan un papel vertebral en la Administración de Justicia. Puedo comprender que la inercia, el temor a lo desconocido y la (clásica) confección artesanal del proceso son inhibidores de esta transición; pero —sin caer, por supuesto, en la (absurda) fascinación tecnológica— lo cierto es que el mundo se ha digitalizado. Si transitamos -durante una buena parte de nuestra vida- por un territorio digital: lo lógico es que admitamos que la Administración de Justicia comience a operar —¡también aunque no solo!— en sede digital. Y ello con toda la seguridad, trazabilidad, interoperabilidad, transparencia y certeza posibles; pero hemos de aceptar este tránsito. La litigiosidad masiva, repetitiva, agonizante y excesiva- no puede esperar: ¿Por qué no simplificar los casos sencillos? ¿Por qué no monitorizar las controversias duraderas que se convierten en auténticos «semilleros de procesos»? ¿Por qué no diseñar unos mecanismos de resolución (negociada) de controversias en sede digital bajo el auspicio del Poder Judicial?; y sobre todo (impresiona que no exista): ¿Cómo no unificar la digitalización de la Justicia española en una sola Plataforma electrónica bajo el exclusivo dominio del Tercer Poder del Estado (con la debida interoperabilidad institucional respecto del resto de Administraciones públicas)? Queda mucho por hacer y debe hacerse; en el bien entendido de que todo este trayecto debe recorrerse con sacrosanto respeto (y apoyo) a quiénes carecen de habilidades tecnológicas.
En cuanto a la coordinación de sus obras más recientemente publicadas, ¿cómo ha ejercido el ejercicio de la escritura y la edición con cada uno de los profesionales participantes de las obras? ¿Qué consejos les daría a profesionales especializados que quieren divulgar sus conocimientos?
En este tiempo, han sido muchas —¡muchísimas!— las obras coordinadas; nuestros equipos de investigación son muy amplios y heterogéneos; son dispares, innovadores, cambiantes, disruptivos, originales, ingeniosos. En definitiva, yo me siento muy orgullosa de la labor de coordinación de tanto —¡tantísimo!— talento jurídico; no sólo procesal (aunque mayoritario en nuestros proyectos) sino también civil, penal, laboral, administrativo, constitucional, etc. La/os distinta/os académica/os y profesionales que participan en las obras coordinadas por mi -generalmente con otra/os compañera/os (puesto que siempre nos gusta sacar doble o, incluso, triple «músculo procesal»)— saben que gozan de libertad absoluta en la creación de sus aportaciones: no me gusta constreñir, acorralar, circunscribir, encajar (esquinar), imponer encorsetar…
Creo que el conocimiento científico —la creatividad- debe brotar y desarrollarse con absoluta libertad: con frecuencia quiénes comparten conmigo la coordinación de las obras se quejan (incluso: amargamente) de mi excesiva traslación —a los distintos equipos— de esta libertad de investigación: en temática, en extensión, en combinación de elementos (en apariencia, dispares), en conexión con temáticas (en principio, alejadas de nuestra disciplina); pero creo que (una parte de) nuestra (gran) fortaleza reside (precisamente) en esa conjunción de talento heterogéneo, en esa imbricación (civil, penal, administrativa, laboral, constitucional) con el proceso, en este contraste de los teóricos (académicos) con los profesionales (magistrados, fiscales, letrados, abogados, procuradores, criminólogos, trabajadores sociales, etc.); y por supuesto —aunque ya lo he sugerido antes— en esa visión femenina y masculina de las instituciones o herramientas procesales, cuya regulación (o interpretación) puede verse afectada por esta (distinta) mirada.
Obras recomendadas y destacadas por Sonia Calaza
