Conclusiones sobre el asesinato del general Prim a través del estudio del sumario incoado, parte 2

INVESTIGACIONES LLEVADAS A CABO

Se ha hablado de los 18.000 folios de que consta el sumario, pero podemos adelantar ya que el sumario propiamente dicho consta de 10.046 folios y el resto de los folios, 3.013, pertenecen a lo que la Causa 306/1870 llama piezas separadas. Del volumen 45 al 78 se recogen embargos, publicaciones de libros, recortes de prensa…; la suma de ambas cifras nos da un total de 13.059 folios, que es lo que realmente debía tener este enorme sumario para la época, bastante alejado de los 18.000 que se han dicho tantas veces.

Un dato curioso y que conviene resaltar es que, en algún momento de la historia, se debieron separar los folios correspondientes a los 78 tomos y los otros cuatro tomos encuadernados de manera diferente. Hemos llegado a la conclusión de que dicha separación se realizó por nuestro paisano Antonio Pedrol Rius, separando la paja del grano, debió pensar él. 

Nos basamos en que el 90 por ciento de lo que Pedrol explica en su libro se encuentra en esos cuatro tomos diferentes, y el otro 10 por ciento hemos podido identificar que lo obtuvo del estudio de un libro que realizó un estafador profesional en 1885, encausado en este proceso y llamado Juan José Rodríguez López, aunque también utilizaba los nombre de José López, Jáuregui, o Madame de Luz. También utilizó algunas referencias escritas por el Conde de Romanones, Pi y Margall, Natalio Rivas o Fernández Almagro.

Algún autor reciente (en particular Javier Rubio García-Mina) indica que el único que leyó completo el Sumario fue Pedrol, pero nosotros hemos concluido que, dado que todo lo que escribió ese inminente jurisconsulto, se encuentra en lo anteriormente referenciado y que algunos folios encontrados en el Apuntamiento, no los conocía, deducimos que leyó el sumario tal y como apareció al final de la década de los años 1950 y que es el mismo que han consultado el resto de escritores que sobre este tema han escrito. La informatización e indexación nos ha permitido discriminar las falsas acusaciones, que observamos, dicho sea de paso, que todas tienen un mismo origen, no lejos del poder ejecutivo del momento.

Aquí un ejemplo paradigmático. Hay un testigo, al que hemos denominado tóxico, llamado Eustaquio Pérez Cano, introducido en este proceso por el alcaide de la cárcel de Villa (el Saladero). Es un republicano que conoce muy bien a todos los republicanos relevantes del Madrid de la época y por ello sus acusaciones resultan muy verosímiles, pero cuando analizas una a una, persona a persona dichas acusaciones observas la falsedad de estas. En un momento de su relato indica que un tal Fernández Mayo (a) Carbonerín, salió, la noche del atentado de la taberna que había en la calle de Alcalá con vuelta a la del Turco, y al analizar la declaración de este individuo demuestra que ese día 27 de diciembre se encontraba en la Colegiata de Arbás, pues la diligencia que le conducía a Oviedo había volcado por causa de la nieve y todos los ocupantes de la diligencia declararon en este sentido, incluido el sacerdote que los acogió. Pero igual sucede con los que dice Pérez Cano que estaban en la citada taberna, ya que los verdaderos ocupantes de esa taberna, incluido el tabernero y la guisandera que tenía un puesto de castañas en la puerta, declararon que los que estaban dentro eran unos cocheros, con nombres y apellidos, que solían cenar todas las noches en ese lugar. Pero no termina aquí la cosa, también declara que su jefe, llamado Quintín Rodríguez estaba en el asunto del asesinato y que la noche de autos habló con él y le confesó que efectivamente se trataba de matar a Prim. Pero resulta que el tal Quintín pudo demostrar fehacientemente que esa noche se encontraba comiéndose un pavo en compañía de sus hermanos y algunos amigos, incluso la portera del edifico declaró que había entrado en esa casa a comerse un trozo de dicho pavo. Podríamos seguir reseñando todas las falsedades que se declararon, así como la veracidad de algunos testigos, una vez contrastadas esas declaraciones con otras de otros declarantes que nada tenían en común, como es el caso de María Josefa Delgado o Pascual García Mille. Pero no desvelo más, para no hacer spoiler de nuestro libro.

El caso de Juan José Rodríguez López es digno de una novela. Nacido en Santa María la Blanca (La Rioja) el 23 de junio de 1834, se ocupó de ocultar y falsear todos los datos que, a su juicio, pudieran dificultar las investigaciones judiciales. La primera fuente de información utilizada por este estafador fue sus mismas mentiras hábilmente construidas. Es un personaje muy peculiar y hay que meterse dentro de su psicología para darse cuenta de las tramas que organiza para lucrarse económicamente de sus mentiras, embaucando a personajes públicos y llegando a obtener, como indica el fiscal Lamas Varela en su luminoso informe final, más de un millón de reales. Es el único testigo que implica al duque de Montpensier y hace creer a todos, incluso hoy en día, que fue el financiero del asesinato. Todo queda perfectamente desvelado en nuestro libro, así como la inculpabilidad del otro «culpable» oficial, llamado José Paul y Angulo. Era un hombre culto, adinerado, que había estudiado en Inglaterra como la mayoría de los hijos de los criadores de vinos de Jerez de la Frontera. Es verdad que era un republicano radical influido por las tendencias ideológicas avanzadas del momento. El día que se produjo el atentado no estaba en el Congreso, ya que el 25 de diciembre cierra su periódico El Combate y se despide de sus amigos, marchándose para Córdoba, donde se le vio el día 26. Más tarde, se establece en Sudamérica creando una empresa en Montevideo que realizó varios trabajos entre los que se encuentra el puerto de dicha ciudad y que hoy sigue activo.

Para concluir con los personajes principales de la investigación, no me queda más que el auténtico culpable del asesinato, el organizador y pagador del magnicidio: el jefe de seguridad del general Serrano, regente a la sazón en esos momentos y futuro presidente del Consejo de ministros a la llegada de Amadeo de Saboya. Este jefe de seguridad del regente no es otro que José María Pastor y Pardillo. Había sido jefe de Orden Público de Madrid y fue destituido por el entonces Gobernador Civil de Madrid, Moreno Benítez. Fue acusado con pruebas irrefutables y detenido el 20 de enero de 1871 por miembros del Gobierno Civil de Madrid. Su salida de la cárcel no se produjo hasta que Cánovas del Castillo obligó al juez y al fiscal a sobreseer el sumario sin declarar culpable a nadie y dejando para la Historia la conclusión del asesinato.

Aclaramos dos cosas: la primera es que a Francisco Serrano Domínguez, jefe del Estado, no se le investigó, entre otras razones por ser inviolable ante la Ley según la Constitución de 1869, y la segunda que las leyes que pretendió impulsar Prim, sobre la independencia judicial Ley provisional sobre organización del Poder judicial, de 15 de Septiembre de 1870 (Gaceta de Madrid, número 258), no entraron en vigor y la judicatura era un mero departamento de ministerio de Gracia y Justicia, estando sujeto a las decisiones del ministro de turno.

La muerte del general Prim

No quisiera dejar pasar por alto el tema de cuando se produjo la muerte del general. Dado que no somos expertos en este tema, aportamos todo lo que se había escrito al respecto, desde 1870 hasta nuestros días, al coronel médico don José Ramón Navarro Carballo para que emitiera un juicio al respecto. Su estudio se encuentra en nuestro libro en el epílogo 1. Pero puedo adelantar que el general Prim debió morir a las pocas horas del atentado que por cierto hemos podido identificar que se produjo a las siete horas y cincuenta minutos de la tarde-noche y no a las siete y media como se dice habitualmente. Decía que Prim no murió a los tres días bíblicos que anunciaron las autoridades. Prim murió a las pocas horas del atentado, dado que sufría un shock traumático debido a las tres importantes heridas sufridas y un shock hipovolémico debido al sangrado abundante padecido como consecuencia de tener fracturadas dos arterias importantes del hombro izquierdo, así como por las heridas del codo y la fractura de la mano. En esos tiempos se conocían las consecuencias de esos dos shocks pero no se sabían tratar. Intereses espurios fueron los que decidieron «mantener con vida» al héroe de los Castillejos durante esos tres días.

Todo esto que acabo de relatar, con mucha más extensión y precisión lo podrán leer en El asesinato del general Prim. A través del estudio del sumario incoado,una publicación del Foro para el Estudio de la Historia Militar de España (FEHME).

Alfredo Redondo Penas y José María Fontana Bertrán
Alfredo Redondo Pena (Reus). Es historiador y archivero. Su investigación se centra básicamente en los siglos XVIII y XIX, especialmente, el período napoleónico, militares reusenses y la figura del General Juan Prim y Prats. José María Fontana Bertrán (Barcelona), es Licenciado en Sociología y especialista en Historia de España siglo XIX. Sus investigaciones y obras publicadas se centran en el General Prim.

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