
Desde que la tecnología permite la obtención de neuroimágenes, los estudios sobre el cerebro humano y los diversos mecanismos que subyacen a nuestras emociones, sentimientos, conductas, toma de decisiones, aprendizajes, percepciones, interpretaciones, estilos relacionales y comunicativos, razonamientos, etc., han ido aportando a las diversas disciplinas conocimientos fundamentados y clarificadores, que implican nuevas perspectivas y planteamientos. A pesar de la inercia de resistencia a los cambios de personas y profesiones, la nueva luz que aporta la Neurociencia va filtrando las ciencias en general y las Ciencias Sociales en particular, como consecuencia de una paulatina y constante mejora en la comprensión del comportamiento humano. Actualmente, la Neurociencia, la pasión por conocer el cerebro, se ha convertido casi en una moda. Tal vez la explicación sea la curiosidad que despierta en nosotros saber cómo somos, cómo es esa «máquina maravillosa» donde se genera lo que pensamos, lo que sentimos y nuestra conducta consciente e inconsciente (Mora, 2002; 2004; 2010).
Sin embargo, en la formación a profesionales que trabajarán con conflictos, aún es minoritaria la inclusión de estos conocimientos en sus programas. La Conflictología y su objeto de estudio —comprensión de los conflictos y sus dinámicas— puede enriquecerse y experimentar un gran avance con las aportaciones de la Neurociencia.
Los conflictos sobrevuelan nuestra cotidianeidad y, cualquiera que sea el contexto, tienen similares manifestaciones:
- Las emociones negativas afloran, produciendo sesgos en la percepción y el pensamiento.
- La comunicación se distorsiona, se bloquea y se llena de reproches implícitos o explícitos; con frecuencia, se interrumpe.
- Las actitudes se polarizan, generando posicionamientos: «conmigo o contra mí».
- Las narrativas, polarizadas también, crecen en rigidez e intransigencia.
- Las relaciones se tensionan y deterioran o incluso, se rompen.
- El clima de convivencia se resiente, convirtiéndose en caldo de cultivo para interacciones dañinas, destructivas y tóxicas, surgiendo con frecuencia coaliciones y subgrupos enfrentados.
Emociones y conflictos están intrínsecamente unidos. En cómo los afrontamos y resolvemos, nos jugamos mucho: principalmente el propio bienestar, la convivencia y la salud. El conocimiento de los mecanismos cerebrales implicados, aportado por la Neurociencia, resulta por tanto de gran interés.
En la actualidad, ya sabemos qué pasa en el cerebro humano cuando alguien se enfada. Su amígdala cerebral genera emociones como la ira. Si no actúa para gestionarla, será la amígdala la que, desconectando mediante procesos bioquímicos, de la corteza prefrontal (donde reside la capacidad de razonamiento, de toma de decisiones razonadas), impulsará sus respuestas, su comportamiento, desde este «modo hostil» (Beck, 2003), que implica «defensa-ataque» como único código posible, es decir, desde un modo reactivo, no inteligente, del cerebro.
Y es así, en este modo hostil, como las partes llegan a mediación: con un cerebro dirigido por la famosa «amígdala» y secuestrada su capacidad de razonar; con un «conflicto escalado»; posicionados en el binomio «culpa-razón», distorsionado su pensamiento y sesgados su diálogo interior, su narrativa. Se produce el «sesgo atencional» (Morgado, 2007): solo «ven» lo que puede servir para alentar la posición, que les da una falsa, pero tremendamente firme, «seguridad». Se hace necesario ayudarles a transitar hacia otro modo de funcionamiento más inteligente antes de pretender que se sitúen en territorios colaborativos y generadores de acuerdos.
La percepción y la interpretación son dos mecanismos de nuestro cerebro críticos en la génesis de la respuesta que damos a los conflictos. Son el «ojo» con el que nuestro cerebro mira, evalúa y define la realidad. Un proceso subjetivo, con un componente altamente educativo y experiencial (Sánchez García-Arista, 2020). Esto explica cómo, ante una misma realidad, las personas que llegan a mediación tienen narrativas divergentes. Sin una intención de engaño, «lo ven» desde distinta perspectiva y, desde ella, crean una narrativa que la justifica. Es a partir de lo que percibimos y cómo lo interpretamos como la amígdala reacciona y genera emociones. Si estas no son gestionadas, provocan el «modo hostil o secuestrado». El conflicto queda atrapado en un ciclo que retroalimenta su escalada.
La buena noticia es que la Neurociencia nos demuestra la plasticidad del cerebro por la que es capaz de asumir cambios durante toda su vida mientras permanezca sano. Un cerebro en modo reactivo da respuestas automáticas desde su «mochila», es decir, desde los «estilos de afrontamiento» del conflicto aprendidos. Este mecanismo es el que nos explica por qué en un sistema familiar, laboral, organizacional… podemos imaginar cómo van a reaccionar cada uno de los miembros implicados en un problema. Pero, la plasticidad nos permite aprender a cambiar los «estilos» automáticos de respuesta por «estrategias inteligentes». Experimentarlo es una de las vivencias más apasionantes y que generan más seguridad personal. Realmente, este es el pilar de la mediación: se puede ayudar a una persona cuyo cerebro ha entrado en ese ciclo de escalada destructiva e ir ayudándola a que cambie a un modo de cerebro pleno, integrado, inteligente (Siégel, 2017). Este proceso de cambio —gestionando su «inundación emocional»— le permitirá flexibilizar paulatinamente su posicionamiento para encaminarse hacia un territorio más colaborativo donde el acuerdo sea posible.
A partir de las aportaciones de la Neurociencia, podemos definir la Mediación como «un proceso asistido por un tercero imparcial —la persona mediadora— que ayuda a las partes en conflicto a transitar desde un modo hostil hacia un modo inteligente, en el que la escucha, la flexibilidad del posicionamiento, la legitimación, la nueva narrativa inclusiva, el diálogo y los acuerdos satisfactorios para ambos se hagan posibles».
Hoy, 21 de enero, Día Europeo de la Mediación, os animo a avanzar en la gestión personal y profesional de conflictos a la luz de la Neurociencia, adquiriendo la sabiduría que nos «permita mejorar nuestro vivir y convivir, contribuyendo así a construir un mundo más habitable, poblado por personas más felices». Para ello, os recomiendo mi libro Del cerebro hostil al cerebro inteligente. Neurociencia, conflicto y mediación (Reus, 2021), recién premiado en los AMMI como mejor publicación del año en mediación. Como dije en la entrega del premio: «Lucharé —y os animo a sumaros— hasta que la inteligencia, el diálogo y la paz se hagan costumbre».
¡Feliz Día de la Mediación! ¡Feliz camino de transformación desde lo personal a lo relacional y profesional!