La abogacía casposa está muriendo. Se abre camino la nueva abogacía, y es en este contexto que quiero repasar contigo los puntos que te ayudarán a responder una pregunta clave: ¿Me hago penalista?
Soy consciente de que en la Universidad, las asignaturas de derecho penal suelen ser las que tienen más éxito, y es que hablar de sangre y similares tienen su punto de morbo. ¿Por qué sino hay en Netflix tantas películas y series sobre abogados, crímenes, etc.?
Sin embargo, lo cierto es que una cosa es estudiar derecho penal y otra muy distinta es ejercer la abogacía penal. Espero que estos tres puntos te echen un cable si te estás planteando invertir (tiempo o dinero) en esta especialización:
No juzgues
En mi opinión, para ejercer una buena abogacía penal, es imprescindible dejar de lado todos los prejuicios que, queramos o no, nos persiguen. Porque solo así trabajaremos desde el respeto al cliente que, en muchos casos, habrá llevado a cabo conductas deleznables. Nuestra función como abogadas o abogados de una persona en causa penal ha de ir siempre, y esto es muy importante, encaminada a proteger y garantizar sus derechos. Te caiga mejor o peor. Se le acuse de un delito leve o de uno muy grave. Sea inocente o culpable, aunque esta dicotomía, en mi opinión, también es muy discutible. Siempre es importante defender con energía.
Hay muchas compañeras y compañeros —más personas de las que deberían—, que ejercen la defensa de un caso en función de los hechos que se están enjuiciando. Así, en los casos que menos les gustan, por ejemplo, un delito contra la libertad sexual, adoptan una posición totalmente pasiva, dejando a su cliente en una situación de absoluta indefensión. Y esto, créeme, es mucho más peligroso para las personas acusadas que un buen abogado contrario. No debemos olvidar que somos abogados, no jueces.
Por eso, el primer tip que te doy, y no sé si es el más importante —podría serlo—, es este: Si crees que, por cómo eres, te va a generar algún problema tratar directamente con personas a las que se las acusa de actos que puedan causarte rechazo, deberías plantearte trabajar en otra rama del derecho. Y no pasa nada. No eres ni mejor ni peor que nadie por esto. A mí, por ejemplo, me caen fatal los números, ¿te imaginas que me dedicase al derecho tributario? No, ¿verdad? Entonces, ¿por qué iba a ser diferente con el derecho penal?
Recuerda también que, por lo general, quien contrata a un penalista es la persona a la que se le atribuye un hecho delictivo. De modo que en la mayoría de las veces la posición que vas a tener que adoptar es la de la defensa. ¿Por qué? Muy sencillo, porque como sabes, la acusación es ejercida —en un porcentaje muy alto— por el Ministerio Público. Esto significa que la persona perjudicada por la comisión de un delito no tendrá la obligación de asistir al procedimiento acompañada de un abogado. En conclusión, para la defensa, la asistencia de un letrado sí es obligatoria —salvo en delitos leves—, mientras que para la acusación es una opción pero no una obligación.
Si tienes dudas acerca de este punto, permíteme que te recomiende una lectura, De los delitos y de las penas (Dei delitti e delle pene), de Cesare Beccaria. Es un clásico, pero es una obra de las que genera debates internos y te hace pensar, sacándote de tu zona de confort. Y son estos pensamientos los que pueden ayudarte a descubrir si te sientes a gusto adentrándote en la abogacía penal. Beccaria lo escribió en 1774 y, aunque parezca mentira, sigue siendo materia completamente actual.
Échale morro
Una vez has pasado el primer punto, si crees que puede encajarte el ser penalista, mi consejo es que hagas preguntas. Sin miedo. Pregunta, porque solo así saldrás de dudas.
Probablemente querrás saber cómo es ejercer la profesión, si se puede vivir del derecho penal, o si por trabajar en este área, se viven malas experiencias con los clientes. Y es lógico que te hagas estas preguntas porque estás tratando de tomar una decisión que, sin duda, marcará tu vida. Las respuestas a dichas preguntas pueden ayudarte a decidir, no si puedes dedicarte a la abogacía penal (en lo que nos hemos centrado en el primer punto), sino si quieres hacerlo.
Tengo que reconocer que, tal como yo experimenté este momento, no fue muy esperanzador. Básicamente porque en mi entorno no había un solo abogado, ni nadie relacionado con la justicia, por lo que se me hizo un poco cuesta arriba. Entonces, un profesor comentó en clase que se podía ir al juzgado a ver juicios, cosa que me lo tomé muy en serio.
Fui a ver muchos juicios. Iba a la universidad por la tarde y la mañana la pasaba en el Juzgado —o en la Audiencia Provincial— entrando a ver procesos como público. Así me di cuenta de algo lógico —ojalá alguien me lo hubiera dicho antes—, los abogados esperan en los pasillos a ser llamados para entrar en Sala. Y en estas esperas, aprovechaba para entablar conversación con todos. Imagino que les generaba ternura ver a una estudiante con ganas de «zampar» derecho penal. De esta manera pude hacer muchas preguntas. Generalmente, la espera en los pasillos se hace acompañando al cliente. Pero, cuando tu cliente viene conducido —jerga de penalista, significa que lo traen de una prisión, probablemente porque está en prisión preventiva o por otro asunto— el abogado o abogada especialista está en el pasillo sin su cliente, y suelen ser más accesibles precisamente por eso.
Por último, en relación a lo anterior, existe una comunidad muy bonita en redes sociales, donde también se pueden establecer relaciones con abogados: penalistas, civilistas, o lo que gustes. Yo conozco Instagram, y te puedo asegurar que seguir a profesionales puede despejar muchas dudas. Además de mi cuenta, te recomiendo, en derecho penal, seguir a @misspigmalion, a @monica.gil.rodriguez —también en Youtube— y a @laberintopenal.
Establece buenas relaciones
En estas visitas al Juzgado, cuando percibía que la persona con la que estaba hablando se sentía cómodo con nuestra conversación, le pedía si me podía avisar otro día que tuviera juicio para acompañarle. Muchas anotaban mi teléfono, pero pocos me llamaron. Aunque esos pocos, para mí, supusieron mucho. Y así fui estableciendo relaciones.
Otra cosa que hice fue acudir personalmente a algunos despachos donde se trabajaba el derecho penal como a mí me gustaba, y les propuse ir a ayudarles. Esta parte puede ser controvertida porque me ofrecí a trabajar sin retribución económica. En esa época tenía un trabajo de fin de semana que me permitía costear la vida de estudiante. Tuve mucha suerte. De esta forma, abrí mi abanico de contactos en la abogacía penal. Evidentemente, cuando pude, empecé a hacer prácticas en despachos.
De este modo fui tejiendo mi red de contactos.
Conseguí mi primer trabajo como abogada gracias a esta red de contactos. Resulta que una penalista acababa de ser mamá y quería que alguien le echara un cable para poder dedicarse más a su hija. Lo comentó con un abogado que conocía y este a mí. Fui acompañando a esta abogada, después de haber pasado por muchos despachos haciendo prácticas. Me di de alta como autónoma, me colegié en el Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona y emprendí este camino tan bonito.
Actualmente, esta red de contactos de la que hablamos se ha multiplicado gracias a Instagram.
¡Ah! Casi se me olvida Esta red de contactos no debe ser necesariamente de abogadas o abogados. Te aconsejo que abras el abanico a otros profesionales jurídicos. Nada impide que puedas tener buena relación, e incluso amistad, con procuradores, fiscales, jueces o funcionarios de justicia en general. Quizás te sorprenda leer esto, pero es así: no somos enemigos. No hay nada personal en los «enfrentamientos» en Sala. Es muy enriquecedor para saber cómo se vive el derecho penal desde su posición. Esto es algo que aseguro que te va a ayudar cuando necesites tener «mano derecha» con alguien de su misma profesión que no conozcas.
Como ves, la abogacía se puede ejercer de varias maneras, ¿sigue existiendo la abogacía casposa?. Claro que sí. Pero en mi opinión, cada vez somos más las abogadas y abogados que pertenecemos a esta nueva abogacía y que ejercemos desde la pasión y el compañerismo.
Ahora dime, ¿te unes a esta aventura?