Hablamos con el ganador del I Premio Relato filosófico joven FILOSOFÍA&CO Guzmán Marcos Albacete.
Filósofo y musicólogo, Guzmán ha publicado su primera obra de ficción titulada PQB072 o La ansiedad de la espera. Como FILOSOFÍA&CO recoge en su web, el ganador nos lleva a la sala de espera de un hospital y desde allí nos sumerge en un viaje de burocracia, masificación, ansiedad y otros elementos que retratan el mundo actual.
¿Cuál fue el impulso principal que te llevó a escribir sobre la ansiedad que supone estar enfermo y ser atendido?
Puede resultar sorprendente pero, pese a que desde luego se pueda hacer esa lectura, en ningún caso pretendía colocar la ansiedad en el centro del escrito. No tengo siquiera claro que el personaje se encuentre enfermo ni en qué grado. No se hace alusión en ningún momento a qué condición o enfermedad padece, si es que lo hace. Es obvio que algo habrá llevado al personaje a acudir al hospital, pero el qué permanece desconocido, tanto a mí como a quien lo lea. Bien es cierto, y eso se menta, que para que se conserve la pertinencia del hospital puede resultar necesario que se conserve cierta dosis de enfermedad, en acto o en potencia, de cada uno de sus pacientes, presentes, pasados y futuros, es decir, de todo aquel que tenga derecho a la atención sanitaria.
Me interesan los interregnos, y toda sala de espera lo es. Porque se está dentro del hospital, pero no del todo. Si uno sólo asiste a la sala de espera sin entran en consulta o en quirófano, siento que no pueda decir del todo que ha ido al hospital, pese a que lo ha hecho de facto. El hospital es un lugar especialmente interesante a este respecto, porque es un edificio que no corresponde con la institución, y en ese desquiciamiento entre las dos dimensiones de su ser aparecen ambigüedades interesantes, especialmente acerca de dónde empieza y dónde acaba. Esos dóndes tan difíciles de delimitar forman dichos interregnos, lugares intermedios, que parecen vacíos. A mí me interesa explorarlos y llenarlos.
¿Nos cuentas en qué se diferencia esperar de buscar la espera?
Esta pregunta es fantástica porque es una decisión que toda actitud filosófica y científica tiene que acometer, a mi modo de ver. Esperar podríamos entenderlo como una actitud pasiva que sobreentiende que hay momentos vacíos que solo sirven para un porvenir. Es más, diría que su sentido solo se dibuja por el porvenir al que anticipan. Esperar sería la instalación en un sentido que aún no acontece y, por tanto, hacernos siervos voluntarios de una promesa. Buscar la espera lo entiendo cercano a lo que tanto se ha valorado desde los griegos, eso que en la Ética, Aristóteles sostiene como deseable: la actitud contemplativa. Quizá más que actitud sea una disposición. La búsqueda de la espera y la contemplación son disposiciones y, por tanto, un paso de la pasividad a la actividad. Una actividad que esta vez presupone que todo momento está pleno de sentidos a veces dependientes, a veces independientes con un porvenir o con un pasado pero que en ningún caso se confunden con ellos. Así, el científico y el filósofo ven la vida pasar, pero se instalan en el paso. No esperan simple y llanamente a la conclusión del camino para determinarlo, sino que en cada paso —es más, en cada tramo entre paso y paso— buscan qué pasa.
Vivimos en una sociedad sobre estimulada, y que —parece— cada vez se aleja más de la humanización, ¿piensas que hay alguna solución a esto?
Igual esta no es la pregunta para un filósofo porque aún no tenemos claro lo que es el hombre o el ser humano como para que podamos arrogarnos a incluir o expulsar realidades de lo humano. En lo que puedo discrepar es en que vivamos en una sociedad sobre estimulada. A este respecto digo que depende. Del mismo modo que pensamos que las redes están llenas de estímulos, se puede afirmar que estamos anestesiados. Sí puede que vivamos en una constante inmediatez, que precisamente por su constancia y su falta de mediación no llega a término. No hay satisfacción porque no hay éxtasis. Siempre hay un reel tras otro y la historia no concluye. Estamos exhaustos, seguro, pero cabe preguntarse cuánto de lo que nos pasa por delante nos estimula. Confundimos estímulo con inmediatez y hay algunos que se cocinan a fuego lento. Bébanse un café delicioso como si fuera un chupito, inmediatamente, sin que toque la lengua apenas y díganme qué tipo de estímulo es ese. No soy tampoco de los que abogan por la quietud como un bien en sí mismo.
En cualquier caso, la cuestión de la inmediatez constante no debe aparcarse porque haya que cumplir un propósito divino ni ajustarse a la imagen de la esencia humana sea esta cual sea. Tampoco estoy del todo seguro que me convenzan o seduzcan las propuestas que se presentan al lado de apelativos tipo «humanidad», «humanización», «lo humano». Quiero decir, ¿al fin y al cabo quiénes sino humanos perpetran torturas contra otros humanos? No tengo una visión angelical de lo humano, tampoco demoniaca.
En conclusión, sí puede que me adscriba a cierto hedonismo de los estímulos. Pero no soy un hedonista cuantitativo. Considero que incluso para percibir es necesario desarrollar ciertas destrezas, que resultan incompatibles con un ambiente de inmediatez constante.
¿Crees que la espera —y la ansiedad que esta provoca— puede asemejarse a la Caverna de Platón?
El héroe del mito de la caverna es un impaciente. Mi personaje, al contrario, es paciente en todas las dimensiones de la palabra. Quizá lo interesante sería recoger la palabra del paciente al impaciente: ¿Dónde acaba la caverna? ¿Cuándo uno deja de ser un cavernícola?
En tu relato, ganador del I Premio de Relato de filosófico joven de FILOSOFÍA&CO, te cuestionas, continuamente. ¿Hay respuesta para alguna de tus preguntas? ¿Qué desea el cuerpo enfermo, ansioso, maltratado?
Hay muchas de esas preguntas que mejor las respondería algún sanitario. Si alguien puede hacérselas llegar, me gustaría añadir una que no se hace el relato pero que está de fondo: ¿Cómo se compatibilizan dos cuerpos en consulta, el que ven ellos y el que sentimos nosotros?