
Hablamos con Josefa Ros Velasco, Doctora en estudios del aburrimiento e investigadora de esta disciplina, especializándose en psicogerontología y geriatría, autora de «La enfermedad del aburrimiento».
Cuéntanos, ¿qué es la enfermedad del aburrimiento?
Si te refieres a mi libro, La enfermedad del aburrimiento, es un viaje hacia el descubrimiento de la naturaleza, las causas, las formas y las consecuencias de esta experiencia, con el que pretendo ayudar a las personas a comprender mejor por qué se aburren, a escuchar a su propio aburrimiento y a descubrir cómo huir del malestar que provoca, haciendo uso de las posibilidades que están al alcance, evitando siempre las respuestas desadaptativas. Ahora bien, si la pregunta se refiere a qué es aquello que llamo enfermedad del aburrimiento, te diré que se trata de las instancias
patológicas en las que el aburrimiento es crónico o se cronifica, por razón del individuo o del contexto, respectivamente, resultando imposible responder a su padecimiento a través de la huida de la fuente de la que emana este dolor.
¿Qué hay de aburrimiento en la enfermedad y de la enfermedad en el aburrimiento?
El aburrimiento se convierte en un fenómeno enfermizo cuando no somos capaces de escapar de aquello que nos lo causa, esto es, cuando resulta complicado diseñar una estrategia de huida de la situación que lo provoca y ponerla en práctica. Su permanencia en el tiempo, su cronicidad o su cronificación, nos causa un dolor tan profundo que es comparable con otras dolencias físicas, como un dolor de estómago o de cabeza, o del alma, como la soledad no deseada o la tristeza. En algún sentido, aburrirse siempre es patológico porque en su experiencia se manifiesta una ruptura del equilibrio que tratamos de mantener con la realidad en la que nos encontramos inmersos. Por su parte, el aburrimiento da la cara en situaciones de enfermedad que nos impiden llenar nuestro tiempo con experiencias o actividades significativas y gratificantes. Referentes históricos del cristianismo como San Ignacio de Loyola, o del mundo del arte como Frida Kahlo, fueron víctimas del aburrimiento más desgarrador al verse encamados por largos periodos de tiempo. Pero el aburrimiento también es el consecuente directo de algunos trastornos mentales, como sucede en el caso de la depresión. Cuando estamos deprimidos, tendemos a aburrirnos más porque nos retrotraemos del mundo, perdemos el interés por lo que nos rodea y disminuimos nuestras relaciones sociales.
Estamos en una era digitalizada en la que está al alcance de todos un abanico de ocio y de oportunidades jamás visto antes, sin embargo, ahora es cuando más enfermedades mentales y estrés se están produciendo. ¿Qué dicen los estudios y los filósofos de esto? Porque muchos ya lo veían venir…
Tenemos el mayor abanico de oportunidades de ocio a nuestro alcance, uno que nos hace sentir abrumados, saturados, fatigados. Demasiado donde elegir, pero, a la vez, opciones muy similares, repetitivas, insustanciales. La mayoría de ellas responden a la necesidad de inmediatez en la que hemos sumido nuestras vidas. Sirven para evitar el aburrimiento de manera instantánea, pero solo por periodos de tiempo cortos. A la larga, nos acaban aburriendo porque no responden a nuestros deseos personales de estimulación, no se encuentran en consonancia con lo que, como individuos irrepetibles y heterogéneos que somos, demandamos cada uno de nosotros para sentir que estamos llenando nuestro tiempo de manera significativa y gratificante. Mantenernos entretenidos con sentido implica un paso previo de autoconocimiento y reflexión, de ensayo y error, por el que muchos no están dispuestos a pasar, porque es casi tan doloroso como el propio aburrimiento. Sin embargo, en ese ejercicio socrático de conocernos a nosotros mismos, de llegar a comprender qué deseamos, qué nos gusta y qué nos llena como personas, está la clave para evitar que el aburrimiento nos acabe consumiendo y que, en ese vacío resultante, se produzca el deterioro de nuestra salud mental.
«El aburrimiento se convierte en un fenómeno enfermizo cuando no somos capaces de escapar de aquello que nos lo causa, esto es, cuando resulta complicado diseñar una estrategia de huida de la situación que lo provoca y ponerla en práctica.»
El aburrimiento, en algunos momentos es sano, pero también está el dicho de que quien se aburre es porque es aburrido. También el de quien se aburre es porque ya lo ha hecho todo…
Más que sano, el aburrimiento es funcional, porque señala lo que ha dejado de funcionar, lo que se ha quedado obsoleto y nos insta a introducir novedades en nuestro contexto a través de las que nos expandimos y crecemos como personas. Eso siempre que no estemos frente a casos de aburrimiento patológico o disfuncional por cronicidad o cronificación. Se dice que el que se aburre es aburrido porque presuponemos que se trata de una persona con poca curiosidad, escasamente creativa e incapaz de interesarse por el mundo que le rodea. Esta carta de presentación resulta de todo menos atractiva. Pensamos que una persona sin imaginación nos va a contagiar su aburrimiento y no será buena compañía para pasar el rato. Aunque la personalidad individual es un factor importante a la hora de determinar la propensión al aburrimiento, no es el único. Alguien puede aburrirse a menudo porque se encuentra en un contexto en el que no le está permitido dar rienda suelta a su creatividad. Probablemente, esta persona estará rodeada otras en la misma situación. Es imposible haberlo hecho todo en esta vida. Otra cosa distinta es que ya hayamos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance, y solo nos quede repetirlo hasta la saciedad, o que no sepamos ver qué es lo que todavía nos queda por hacer para evitar el aburrimiento.
Háblanos de la funcionalidad que aplicas y de la que te gusta hablar en tu obra.
Decimos que el aburrimiento es funcional porque evita que nos quedemos estancados. Al obligarnos a buscar formas de aliviarlo, introduciendo cambios en nuestra situación, nos ayuda a descubrir quiénes somos, quiénes queremos ser y cómo queremos serlo. El hecho de que nos aburramos de lo presente hace que busquemos la forma de dar paso a lo siguiente. Nos mantiene siempre en movimiento. Esto propicia nuestro crecimiento individual. Imagina que nunca nos hubiésemos aburrido de hacer las cosas que hacíamos de pequeños. Seguiríamos pintando con ceras, peinando muñecas o chocando coches con cincuenta años. No pasa nada por hacerlo, si a quien lo hace le gusta y le completa invertir su tiempo de esta manera, pero ¡cuántas cosas maravillosas nos habríamos perdido! Cosas que nos lanzamos a descubrir porque otras ya se nos habían quedado cortas. Además de todo esto, el aburrimiento impide que derrochemos energía en actividades que no nos convencen. Nos hace preguntarnos si realmente queremos seguir haciendo lo que estamos haciendo gracias a que se manifiesta de forma dolorosa. En última instancia, pienso que aburrirnos permite que nuestros mecanismos adaptativos estén siempre bien engrasados, porque representa una forma de estar alerta ante lo que tenemos delante, con actitud crítica, y facilita la incorporación de los cambios sobrevenidos.
En términos físicos-corporales, ¿cómo podemos aplicar recursos para paliar el aburrimiento?
Cuando a principios del siglo XX el aburrimiento llegó a convertirse en un verdadero problema para los obreros de las fábricas, que pasaban las horas del día realizando tareas monótonas y repetitivas, la psicología del trabajo y la psiquiatría se esforzaron por dar con una fórmula para acabar con esta dolencia. A los patrones les preocupaba que el aburrimiento generalizado se tradujese en un decremento de la productividad y en un aumento de los accidentes laborales. Como en otros contextos sucedió por aquel entonces —estoy pensando, sobre todo, en el militar— se encontró la solución en las anfetaminas. Hoy en día siguen existiendo manuales de farmacología que apuntan a los estimulantes procedentes de la cafeína o el cacao como remedios contra el aburrimiento y la fatiga. Pero también seguimos recurriendo a las drogas como vía de escape frecuentemente. Hay que tener claro que estas solo sirven para anestesiar el síntoma que es el aburrimiento, pero la verdadera enfermedad sigue estando ahí, solo que la convertimos por un rato en asintomática.
«Decimos que el aburrimiento es funcional porque evita que nos quedemos estancados.»
Y en cuanto a lo psicológico/psiquiátrico. Las personas que tienden a la somatización van a tener un peor estado mental, un estado de malestar continuo. Desde tu lectura y escritura, ¿qué has visto que ha dicho la historia sobre este asunto?
Las personas con alta propensión al aburrimiento lo pasan ciertamente muy mal. En muchas ocasiones acaban respondiendo frente a su malestar de manera explosiva, desadaptativa, desarrollando conductas violentas o adictivas, por ejemplo. La historia nos ha regalado infinidad de monstruosidades que llegan a cometerse para huir del aburrimiento cuando no se cuenta con los medios para hacerlo de manera adaptativa. Tenemos casos de asesinato, de violencia doméstica, de conducción temeraria, de autolesión, e incluso de suicidio por aburrimiento. Afortunadamente, también existen terapias para aprender a reconducir las respuestas frente al aburrimiento hacia comportamientos más constructivos. Hasta cierto punto, mi libro pretende aportar luz en este sentido.
Has hablado del aburrimiento situacional cronificado, ¿qué viene a decirnos esto?
El aburrimiento situacional cronificado es un nuevo concepto filosófico que he introducido y desarrollado en La enfermedad del aburrimiento para hacer referencia a aquellas situaciones que generan aburrimiento frente a las que no podemos responder por razón de que el contexto es tan limitante o constrictivo que, incluso si somos capaces de crear en nuestra mente una estrategia de huida, no nos está permitido llevarla a la práctica. La consecuencia final es que nos quedamos atrapados en un aburrimiento que se prolonga en el tiempo, que se cronifica. Esto sucede tanto a nivel individual como colectivo, y, por supuesto, en nuestra sociedad existen multitud de espacios en los que el aburrimiento dependiente del contexto se cronifica. Es diferente a lo que se conoce como aburrimiento situacional, ante el que podemos responder sin mayor problema, y como aburrimiento crónico, ante el que resulta difícil responder, pero, en su caso, por razón del propio individuo que se aburre, no del contexto. Con este concepto quise hacer hincapié en que no todo el aburrimiento dependiente del entorno es pasajero, ni todo el aburrimiento que se da en términos de cronicidad depende del individuo.
«Las personas con alta propensión al aburrimiento lo pasan ciertamente muy mal. En muchas ocasiones acaban respondiendo frente a su malestar de manera explosiva, desadaptativa, desarrollando conductas violentas o adictivas, por ejemplo.»
El aburrimiento es sano, como decía, pero en ocasiones puede llevarnos a situaciones extremas. ¿Cuánto peligro hay en el aburrimiento?
¡Mucho! Uno nunca sabe por dónde va a salir para disipar el aburrimiento, especialmente en aquellos casos en los que el aburrimiento es crónico o cronificado. Cuanto más difícil es escapar de la fuente de aburrición, más probable resulta que acabemos explotando frente a ella, esto es, recurriendo a conductas extremas para romper con el malestar. El aburrimiento prolongado en el tiempo puede desencadenar ira, enfado, desafecto, apatía, ansiedad o estrés y conducir a la agresividad, la violencia, la criminalidad, la impulsividad… Si no se sabe gestionar o si no se nos brindan oportunidades de gestión, las consecuencias pueden ser desastrosas. ¡Por eso me sorprendo tanto cuando la gente afirma alegremente que aburrirse es bueno! Se trata de una aseveración muy relativa.
Josefa, ¿qué diferencia hay entre la calma y la quietud? ¿Y del aburrimiento y el placer?
Podemos habitar la calma, pero no la quietud. A veces necesitamos ralentizar un poco nuestro frenético ritmo de vida y nos autoprescribimos un rato para estar sin hacer nada, solos con nuestros pensamientos —incluso a un riesgo de que acabemos aburriéndonos después de todo—. La quietud nos es impuesta, es el estar sin hacer por la fuerza cuando queremos estar haciendo que nos arroja al vacío y a la angustia.
El aburrimiento y el placer son contrarios. Cuando sentimos placer no nos aburrimos, y no podemos sentir placer mientras estamos aburriéndonos. Precisamente luchamos contra el aburrimiento para restituir un estado de placer que hemos perdido o que esperamos descubrir en nuestro acto de improvisación de lo nuevo.
¿Cómo podemos tolerar el aburrimiento?
La vivencia del aburrimiento es intolerable porque es dolorosa. No podemos entrenarnos en aprender a soportar el aburrimiento o a permanecer en su experiencia. Lo único que está en nuestras manos es aceptar que tarde o temprano aparecerá para sumirnos en un fastidio insoportable con la mirada puesta en cómo vamos a conseguir desasirnos de él sin incurrir en respuestas patológicas. Debemos estar preparados, dedicar tiempo a planificar cómo vamos a esquivarlo, a conocernos para determinar la mejor estrategia de huida y, sobre todo, cultivar la capacidad de estar dispuestos a dejarnos sorprender. Tenemos que compartir con otros qué es aquello que nos aburre, sin sentir vergüenza, para nutrirnos también de la sabiduría de nuestro prójimo.
«El aburrimiento y el placer son contrarios. Cuando sentimos placer no nos aburrimos, y no podemos sentir placer mientras estamos aburriéndonos.»
Por último, ¿en qué proyecto estás trabajando ahora?
Todo este trabajo de aproximación teorética al fenómeno del aburrimiento, que ha culminado, después de diez años, con la publicación de La enfermedad del aburrimiento, no responde sino a un interés por conseguir el conocimiento y las herramientas necesarias para intervenir el aburrimiento más problemático en la práctica. En mi caso, siempre me ha interesado el bienestar de las personas mayores, concretamente de aquellas que viven institucionalizadas durante la última etapa de sus vidas. En nuestras residencias abunda el aburrimiento situacional cronificado. El exceso de rutinas y la falta de personalización de las actividades que se proponen en el día a día hacen que las personas se aburran en un entorno institucional en el que dependen de quienes les cuidan y les apoyan para poder llevar a la práctica sus estrategias de defensa contra el aburrimiento. Ellos están atados de pies y manos —a veces en sentido literal, por desgracia—, pero su aburrimiento hace reaccionar a personas como yo, que quieren cambiar el paradigma del cuidado geroasistencial.
Llevo tiempo trabajando en este campo, pero recientemente he conseguido que la Comisión Europea, a través del programa de financiación de las acciones Marie Sklodowska-Curie de Horizonte 2020, sufrague un proyecto que he llamado PRE-BORED. Well-being and Prevention of Boredom in Spanish Nursing Homes para llevar a cabo el primer estudio de campo en residencias de mayores con el que pretendo averiguar cómo afecta el aburrimiento a las vidas de las personas que viven en nuestras instituciones geriátricas y diseñar un protocolo de prevención de esta peligrosa plaga que pone en riesgo el envejecimiento digno y saludable.