El 1 de agosto de 2022, fecha arriba, fecha abajo, la estatua de Federico García Lorca que ubicada en la plaza madrileña de Santa Ana amanecía sin la alondra que el escritor sostenía en las manos, símbolo de paz y libertad. Un año después, el monumento vuelve a lucir con la calandria que hasta entonces había caracterizado la imagen del artista, ya restaurada; sin embargo, en los medios circulan noticias sobre censura y represión cultural, modificación y cancelación que ponen de manifiesto la actualidad de estos dilemas y el largo camino que todavía falta por recorrer y, por supuesto, por no permitir desandar. Artistas de todas las disciplinas han reaccionado a estas manifestaciones para recordar que parte del valor artístico de las producciones culturales reside, precisamente, en la activación de la conciencia y en la libre expresión del artista. Que la estatua vandalizada fuese la de Federico García Lorca no es casual, como tampoco lo es la vigencia y el impacto de su obra.
Federico García Lorca nació el 5 de junio de 1898 en Fuente Vaqueros, un pueblo de la vega granadina. Sus primeros años transcurrieron en el campo, como él mismo evocará más adelante en un ensayo autobiográfico: «Mi infancia es aprender letras y música con mi madre, ser un niño rico en el pueblo, un mandón». Pero, a los once años, Federico se trasladó a la ciudad junto a su familia. Su padre, Federico García Rodríguez, era latifundista y fue la persona que financió sus primeros proyectos literarios; su madre, Vicenta Lorca Romero, era maestra de escuela. Sobre ella, escribe: «Mi madre, a quien adoro, es también maestra. Dejó la escuela por las galas de labradora andaluza, pero siempre ha sido un ejemplo de vocación pedagógica, pues ha enseñado a leer a cientos de campesinos, y ha leído en alta voz por las noches para todos, y no ha desmayado un momento en este amoroso afán por la cultura. Ella me ha formado a mí poéticamente y yo le debo todo lo que soy y lo que seré».
El matrimonio tuvo un segundo hijo, Luis, que falleció a los dos años por neumonía; más adelante, llegaron Francisco, Concha e Isabel, los hermanos de Federico. Francisco se licenció en Derecho, como más tarde hará su hermano mayor. Isabel se graduó en Filosofía y Letras, carrera en la que Federico también se matriculó, pero no completó; ella sí lo hizo y, además, se convirtió en escritora. En un libro autobiográfico titulado Recuerdos míos, Isabel escribe: «Sé que no voy acorde con nadie y en el fondo es lo natural y lo comprendo. Yo no puedo vivir solo lo actual; mi vida es inseparable del pasado».
Pero, También la de su hermano lo era. La musicalidad de su poesía responde a una infancia y a una juventud atravesadas por la música. Federico recibió clases de piano desde niño y tomó a su tío Baldomero como referente en el plano musical, pues él era un gran intérprete de guitarra y bandurria. La pasión que Federico sentía por esta rama artística era tan profunda que se debatía entre dedicarse profesionalmente a la música o a la literatura. Que finalmente se decantase por esta última disciplina se debe, en parte, a los viajes que Federico emprendió en 1916 y 1917 con su profesor y amigo Martín Domínguez Berrueta por diversas ciudades de España. En Baeza, Lorca conoció a Antonio Machado; en Salamanca, a Juan Ramón Jiménez. Ambos escritores inspiraron al artista en la publicación de su primera obra, Impresiones y paisajes (1918), que dedicó a su profesor de piano Antonio Segura Mesa.
En la Tertulia de El Rinconcillo, Lorca se reunía con otros jóvenes con inquietudes intelectuales y, puesto que muchos de ellos acabaron mudándose a la capital, Lorca optó por seguir sus pasos y trasladarse a Madrid con una beca para la Residencia de Estudiantes. Allí entró en contacto con artistas como Luis Buñuel, Salvador Dalí y Rafael Alberti. En 1920, Lorca vuelve a Granada y entabla amistad con Manuel de Falla, retoma su vocación musical y organiza con su amigo, en 1922, el Primer Concurso de Cante Jondo. En esta misma línea, Lorca se sumerge en la escritura de las Suites y del Poema del Cante Jondo, sendos textos definidos por la brevedad, intensidad y concentración temática.
En 1921, Lorca ya había publicado su segunda obra, Libro de poemas, una colección de sesenta y siete composiciones escritas en la adolescencia que tratan el tema del desencanto. Seis años después publicó Canciones, escritas durante su estancia en la Residencia de Estudiantes. En 1925, Lorca conoció a Emilio Aladrén, con quien mantuvo una relación sentimental hasta el año 1927. Tras la ruptura, Federico se marchó a Nueva York, donde escribió su famoso Poeta en Nueva York, publicado póstumamente, además de escribir las obras teatrales El público y Así que pasen cinco años, las dos con temáticas muy parecidas. Es lo que él mismo denomina «el teatro profundo profundo».
Como autor y director teatral, la carrera de Lorca comenzó con poco éxito: el estreno de El maleficio de la mariposa en 1921 fue un completo fracaso que, sin embargo, no detuvo al autor en su afán por llevar los textos a escena. Catalina Bárcena, Martínez Sierra, Margarita Xirgu, La Argentinita, María de la O Lejárraga… Son sólo algunos de los personajes con quienes Federico se codeó y compartió profesión. «El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana», expone Lorca en una entrevista que concedió al periódico La Voz. Esto se ve ratificado en obras como Fiesta de Reyes Magos, Mariana Pineda, La zapatera prodigiosa, Amor de Don Perlimplín por Belisa en su jardín, El Retablo de Don Cristóbal y Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores, que aún hoy se representan con regularidad.
Pero es, sobre todo, en sus grandes tragedias donde encontramos ese espíritu lorquiano que se caracteriza por el dolor y la pasión, la pura emoción dramática que caracteriza al autor. Bajo el nombre de «trilogía lorquiana» se engloban las obras Bodas de sangre (escrita en 1931), donde se plasma un simbolismo que influirá en toda la literatura posterior; Yerma (escrita en 1934), en la que Lorca trata el tema de la fertilidad, y La casa de Bernarda Alba (escrita en 1936), que aúna tradición y vanguardia en torno al motivo de la opresión.
Lorca aspiraba a ser un poeta para el pueblo, es decir, acercar la cultura a todas las personas indistintamente de su clase social. Por este motivo, entre otros proyectos, se embarcó en la creación de La Barraca, una compañía de teatro ambulante con la que recorrer los pueblos de la península ibérica, que obtuvo una gran acogida entre los ciudadanos a la vez que numerosas críticas por parte de los sectores más conservadores, que acusaban a Lorca de utilizar La Barraca como propaganda política al servicio de la República. Asimismo, Lorca promovió las denominadas Misiones Pedagógicas, a partir de la Institución Libre de Enseñanza, proyecto con el que pretendía alfabetizar el mundo rural y elevar la educación para liberar al pueblo de la ignorancia.
Todos los textos de Lorca son el resultado de una visión integral en la que se funden las distintas disciplinas artísticas –música, pintura, literatura, teatro…– para exprimir al máximo los recursos estéticos, pero sin olvidar el trasfondo político y social que subyace en la mayor parte de sus escritos. Es, precisamente, esa preocupación por cuidar la forma sin descuidar el contenido lo que convierte a Lorca en uno de los escritores más comprometidos y recordados de la Generación del 27 y de nuestra historia de la literatura.
Aunque normalmente asociamos a Lorca con su muerte –detenido en casa de su amigo, el poeta Luis Rosales, y fusilado por los falangistas en agosto de 1936, acusado de ser un espía y «de haber hecho él más daño con la pluma que otros con las pistolas»–, hoy lo que deseamos es celebrar su nacimiento; romper esa idea de Lorca y la muerte para celebrar la de Lorca y la vida; brindar por su espíritu de lucha y generosidad, y sentir el aleteo de sus palabras como una alondra que se pose en nuestras manos.
«Las gentes / iban a lo verde. / Llevaban gallos / y guitarras alegres. / Por el reino / de las simientes. / El río soñaba, / corría la fuente. / ¡Salta, / corazón caliente!». (Canciones)