El miedo a lo desconocido es primigenio en el ser humano, universal e intrínseco. Emoción útil para enfrentar peligros y garantizar la supervivencia, nos deja con la enseñanza para no repetir las mismas situaciones. Pero hay miedos que se basan en la falta de información, en la cero tolerancia a la incertidumbre. La causa de ello va evolucionando según la época, no tememos las mismas cosas que nuestros antepasados.
En El horror en la literatura (1984), Lovecraft asegura que «la emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido». Y es que la figura del monstruo, la otredad, es muchas veces clave en este género.
El género del terror ha ido consagrándose a lo largo de los siglos. Está formado por leyendas, mitos, novelas, fábulas, cuentos… Además de poder mezclar la ciencia ficción, los policial, lo fantástico, lo gótico, etc.
Dentro del campo literario, la expresión más renombrada del terror es el Gótico, el cual tiene sus inicios como estética literaria a finales del siglo XVIII en Inglaterra con El castillo de Otranto (1764) de Horace Walpole hasta 1820 con la publicación de Melmoth, el errabundo de Charles Robert Maturin. En un principio eran relatos de misterio y miedo, que transgredían la razón y el sentido común. El término no solo hace referencia a lo literario, sino a un momento histórico, artístico y arquitectónico. Se sitúan en vastos bosques oscuros, ruinas, monasterios y países exóticos para la época como Italia o España. Espacios solitarios y espantosos que destacaban los actos grotescos y macabros de personajes melancólicos. De este primer periodo del Gótico se destaca Frankenstein (1818) de Mary Shelley. Narración que se comenzó a gestar en una reunión de amigos donde Lord Byron propuso al grupo que cada uno escribiera una historia de terror.
A partir de la época victoriana, lo característico del Gótico (lo bárbaro, medieval y primitivo; vampiros, monstruos y fantasmas) adquiere un valor distinto. Los espacios anteriormente decadentes y exteriores pasan a ser interiores. La propia mente será el lugar de encierro y temor, al igual que las ciudades, las familias y las estructuras sociales, todo aquello que una vez fue un lugar seguro y de descanso. El temor a la locura, la pérdida de la razón y la dificultad para afrontar un mal que procede del propio interior dan obras como El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886) de Robert Louis Stevenson o El retrato de Dorian Grey (1890) de Oscar Wilde. El monstruo gótico se humaniza al residir en la vulnerabilidad del hombre. Drácula (1897) de Bram Stoker es una de las novelas góticas victorianas más representativas. Tanto que es parte de la cultura popular y se ha llevado al cine en varias ocasiones.
Este género fue el favorito de muchas escritoras al poder sacar a la luz los peligros de ser mujer en un mundo de hombres. La protagonista angustiada, perseguida y encerrada dentro de su propia casa por la presencia masculina fue recurrente. El tapiz amarillo (1892) de Charlotte Perkins es un texto político que problematiza la maternidad y el postparto.
En los años setenta del siglo pasado, se resignificó socialmente el gótico y se le dotó de una crítica política asentada en lo ominosos (Ana Gallego, 2020). También traducido como lo siniestro, el concepto de Freud «Unheimlich es una palabra que designa (…), un sentimiento que pertenece al orden de lo pavoroso, de lo escalofriante, de lo que excita angustia» (Freud, 2015: 27-28). Aquello que al salir a la luz aterroriza al volver lo cotidiano y familiar en extraño.
El terror y lo fantástico han estado fuertemente ligados ya que el segundo es definido como el paso de lo familiar a lo extraño. Pero a diferencia del “Unheimlich”, el mundo cotidiano se ve cambiado por un fenómeno ilógico e imposible explica Roas (2016). Los códigos que nos habían permitido hasta el momento entender y percibir la realidad quedan obsoletos. Ni lo fantástico ni lo sobrenatural son indispensables para crear una atmósfera de miedo que le llegue al lector.
En la actualidad, uno de los grandes exponentes de la escritura de terror es Stephen King con una amplia obra que trata (si el lector lee entre líneas) problemáticas como el alcoholismo, la violencia doméstica, el uso de las armas, la muerte, etc. Las escritoras latinoamericanas como Mariana Enríquez o Fernanda Melchor también han elegido este género para tratar temas necesarios en la época en la que viven como la violencia y abandono que sufren sus territorios. En Las cosas que perdimos en el fuego (2016), Enríquez crea un universo a base de cuentos en donde lo perturbante es la verosimilitud, en ocasiones, de los relatos. Cualquiera es susceptible de sufrir una tragedia, de ser una víctima o de perder la capacidad de percibir la realidad. Y es que es ahí donde reside el terror actual.