Dolor crónico y salud mental: ¿Qué es psicológico? ¿Qué es social o biológico?

El dolor es la primera razón de consulta médica, el síntoma que nos hace acudir al médico buscando algo evidente: alivio. Y la primera tarea del facultativo es curar sus causas, darle un sentido antes de eliminarlo.

Un dolor agudo casi siempre remite pronto: asociado a una causa, es una alarma de incendios que se dispara hasta que se apaga el fuego. No supone más que una pequeña interferencia en la vida de la persona, limitada en el tiempo, que siente cómo puede regresar a su vida.

Pero, ¿qué ocurre cuando el dolor no se apaga? ¿Qué ocurre cuando no se encuentran sus causas, o cuando sí se encuentran, pero el dolor no cede? Cuando el dolor comienza a ser una constante, día tras día, invisible. Cuando se convierte en crónico.

La prevalencia de dolor crónico en España ha sido la patología que más días de actividad habitual perdida ha provocado cada año. La prevalencia de dolor crónico moderado es del 23,4% en las mujeres y del 15,9% en los hombres. La presencia de dolor intenso es de un 4,8% en las mujeres y de un 1,6% en los hombres. Las mujeres padecen mayor número de enfermedades que pueden producir dolor crónico. Sin embargo, durante mucho tiempo —y todavía hoy— se han considerado como causas psicosomáticas las quejas en el sexo femenino —en un 25% de los casos, frente a un 9% en los hombres—. Y un dolor que permanece en el sinsentido, no diagnosticado, incomprendido, incluso negado por la medicina, es, así mismo, un dolor mucho menos soportable. ¿Qué es psicológico? ¿Qué es social o biológico?

El dolor absorbe toda la existencia, modifica el sentido de identidad hasta el punto de que muchos de los que sufren dolores crónicos ya no se reconocen. Se comienza a vivir entonces con un sentimiento de mutilación, de pérdida. El dolor quiebra la unidad vital de la persona. Y el dolor es, además, invisible, por lo que las personas aquejadas de dolor crónico sufren frecuente invalidación del entorno y sensación subjetiva de soledad.

Para gran parte de la medicina, el dolor de los pacientes no es más que un síntoma molesto, más o menos difícil de suprimir, pero que no tiene mucha mayor significación. El número de enfermedades que revela es ínfimo. Para el paciente, el dolor crónico es una pantalla que le separa del resto del mundo: depresión y dolor crónico se alimentan mutuamente.

Un entorno terapéutico comienza con la validación de esa experiencia de dolor. Intervenir en la significación del dolor transforma su impacto en términos de intensidad del sufrimiento. Cuando el paciente acaba en las consultas de Salud Mental, además, a este dolor se ha añadido la invalidación social, la minimización que el propio sistema sanitario ha hecho de su experiencia y de su proceso. La medicina ha despersonalizado y separado la experiencia del paciente. En la clínica es necesario abrirse a la palabra del paciente profundamente afectado por su dolor. Se trata de sanar al enfermo, no la enfermedad. Numerosos estudios indican que el personal médico frecuentemente subestima el dolor, y el dolor destruye poco a poco el sentido de la vida. El dolor despersonaliza. Paraliza la vida, la actividad, el pensamiento. Pesa sobre el vínculo social, nos va aislando. Se impone sobre el deseo. En el dolor total, el sujeto ya no está unido al mundo más que por la irrupción de su dolor; el sufrimiento lo envuelve todo. En el dolor, la persona se pierde a sí misma. La distancia con el mundo se hace evidente en el lenguaje, o en su intento: el dolor nombrado nunca es el dolor vivido. Existe un fracaso del lenguaje, y esto, nuevamente, va produciendo una distancia para con los demás: se va rompiendo poco a poco la vinculación con el mundo, la relación con los otros y la relación con uno mismo. Se va produciendo un vacío alrededor: la persona con dolor crónico puede sentirse inútil, sentir que estorba, sentir que falla constantemente a los que tiene alrededor (no pudiendo comprometerse en planes, comprometiéndose para cancelarlos después, haciendo —cuando puede— alguna actividad que, a ojos ajenos, demuestra que no es para tanto). Todo dolor implica un cuestionamiento moral, un cuestionamiento de las relaciones con el mundo.

Existe una necesidad de refundar la identidad, de dolerse también por la identidad perdida: un cambio biográfico, un cambio de actitudes y posición respecto a uno mismo y los otros, habiendo, por un lado, un proceso de duelo y, por otro, un proceso de adaptación. El duelo (rabia, tristeza, frustración, negación…) es consecuencia de la experiencia de pérdida, pérdida de todo aquello que se podía hacer y que el dolor dificulta o impide. La persona con dolor crónico está sufriendo un duelo continuo porque este duelo va acogiendo el futuro, va engullendo el deseo como un agujero negro hasta que la persona se siente incapaz de desear, de proyectarse, de vincularse. Imaginen vivir continuamente perdiendo.

La adaptación implica el cambio necesario para mejorar la calidad de vida, y esto ha de pasar por la sociedad en su conjunto, por la dimensión simbólica del dolor: la mirada del otro. La acción terapéutica actúa en el plano orgánico pero también en la pregnancia social, individual, cultural o situacional que tiene la percepción del dolor.

Cada persona necesita su teoría del dolor, su narrativa. El dolor se ha enraizado en el propio cuerpo, capa a capa, a través de la historia de cada uno: a través de las agresiones psíquicas, físicas, sexuales; a través de los roles, de la sobrecarga, del rol de cuidador; a través del silencio, la rabia queda soterrada en la musculatura, en el propio esqueleto. La aparición del dolor es una amenaza para el sentimiento de identidad, pero la causalidad fisiológica no puede explicar por sí sola la complejidad de la relación del ser humano y su dolor.

El ser humano necesita ser escuchado, necesita pertenecer. En el dolor de cualquier persona entramos todos: nuestra mirada puede aliviar el sufrimiento de los demás. Nadie sabe más de su dolor que la persona que lo sufre. Solo nos queda acompañar.

Marinacarreterogomez
Marina Carretero Gómez
Licenciada en Psicología (UCM) y Especialista en Psicología Clínica mediante Formación Sanitaria Especializada (PIR). Actualmente trabaja como Facultativo Especialista en Psicología Clínica en un Centro de Salud Mental de un hospital público de la Comunidad de Madrid, atendiendo a población adulta. Además, es autora de tres poemarios: «Escombros» (Sabina Editorial, 2016), «Los cuerpos» (Devenir, 2019) y « Pneuma» (Huerga&Fierro, 2021). Su poesía también ha formado parte de la Antología de poemas « Rojo-Dolor», realizada por Ana Castro y publicada en Renacimiento (2021). Publicó con GuitarCello el proyecto « Poésica» (2021), disponible en plataformas digitales de música.

2 COMENTARIOS

  1. Según voy leyendo me parece que están haciendo el relato de mi vida con pelos y señales en donde se señala de forma diferencial el pasotismo de la medicina y la negación de algo que ni se preocuparon de estudiar,ni los profesionales ni los pacientes formados,defraudando a sus propios compañeros

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí