Recordamos a Javier Marías, uno de los escritores más brillantes de la narrativa española contemporánea

«La familia Taeger, compuesta por tres hijos ―Milton, Edward y Arthur―, una hija ―Elaine―, el abuelo Rudolph, la tía Mansfield y el señor y la señora Taeger, empezó a derrumbarse en 1922, cuando vivía en Pittsburgh, Pennsylvania». Así comenzó Javier Marías (Madrid, 1951) su primera novela publicada, que escribió con tan solo diecinueve años, y a la que tituló Los dominios del lobo (1971). Esta obra ya inauguró la carrera del que se convertiría en uno de los más brillantes escritores de la narrativa española contemporánea, y a quien hoy recordamos con una mezcla de nostalgia y admiración. Hace ya más de un año, en septiembre del 22, la triste noticia de su fallecimiento ocupaba los titulares de prensa con alusiones a su prolífica carrera y al legado literario que nos ha dejado tras su dedicación al mundo de la cultura –novelas, ensayos, relatos cortos, textos periodísticos y traducciones–, por la que estaremos siempre agradecidos.

Marías nace el 20 de septiembre de 1951 en el barrio madrileño de Chamberí. Ya provenía de una familia de renombre entre los círculos literarios e intelectuales, pues era hijo de Julián Marías –filósofo– y de Dolores Franco –profesora–; hermano de Fernando Marías –historiador del arte– y Miguel Marías –crítico de cine y economista; miembro de la Real Academia Española–, además de tener un tío y un primo cineastas. Recibió una educación liberal tanto en España como en EE. UU, a donde la familia emigró debido a que el padre, republicano, fue represaliado por trabajar con José Ortega y Gasset en la creación del Instituto de Humanidades de Madrid. Un dato curioso es que en América, la familia se instala en la casa del poeta Jorge Guillén, en cuyo piso superior reside por la misma época el escritor ruso Vladimir Nabokov. Resulta lógico que, embebido por este ambiente literario, con quince años decidiese embarcarse en la escritura de su primera novela –incompleta y sin publicar–, La víspera. Con esa misma edad escribió un cuento que publicó dos años más tarde en el diario El Noticiero Universal. Más adelante, ya de vuelta en España, estudió Filología Inglesa en la Universidad Complutense de Madrid y se codeó con autores como Vicente Aleixandre, Vicente Molina Foix o Juan Benet –con este último estableció un vínculo profundo de amistad.

A lo largo de su carrera, Javier Marías combinó la labor de traducción con la de escritura. En 1972 se publicó Travesía del horizonte; en 1974, El monarca del tiempo; en 1983, El siglo; en 1979, Todas las almas; en 1986, El hombre sentimental; en 1990, Mientras ellas duermen –su primer libro de cuentos, aunque ya había publicado muchos, de forma individual, en periódicos y revistas–; en 1992 se publicó Corazón tan blanco y empezó a escribir Mañana en la batalla piensa en mí, que salió en 1992; en 1998, Negra espalda del tiempo; desde el 2002 hasta el 2007 trabajó en la trilogía Tu rostro mañana; en 2011, Los enamoramientos,y más recientemente publicó, entre otras, Berta Isla (2017) y Tomás Nevinson (2021). Junto a esta larga nómina de publicaciones, Marías escribió cuentos, ensayos, artículos periodísticos y una gran cantidad de textos vinculados a la prensa. Es también una figura destacada en el campo de la traducción; le otorgaron el Premio de Traducción en 1979 por traer al español la obra de Sterne La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy. Desde luego, no fue el único premio que recibió el autor. Fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 1995 por Mientras ellas duermenpremio que, sin embargo, declinó al alegar que nunca aceptaría galardones institucionales.

Quien se aventure a descubrir a este autor no encontrará novelas de acción ni grandes giros argumentales, sino una narrativa que recuerda al monólogo interior. Sus novelas son un despliegue incesante de pensamientos que tratan de discernir la realidad y contarla de una manera elegante y medida. Si uno atiende a la estructura formal de buena parte de sus escritos, apenas encontrará párrafos u oraciones breves, sino todo lo contrario: escenas que se enlazan con pensamientos y que acaban por convertirse en una larga historia, reflejo de la mente. Por eso tal vez esta historia o pasado o fragmento de vida me parece más verosímil una vez que ha dejado de ser solamente realidad y es un sueño también, a partir de hoy. Porque nada ni nadie cuestiona los sueños, que no tienen vuelta de hoja ni necesitan justificación. Se cuentan solos, en su orden y con sus definitivas imágenes, y todo puede darse en ellos» (El hombre sentimental).

Un elemento vertebrador en la prosa de Javier Marías es la bruma, esa capacidad de dotar a sus narraciones de un carácter semioculto con el que juega a tapar y a destapar, a sugerir más que a mostrar, y que refleja la aparente transparencia con la verdadera opacidad de las personas. «Cada ser humano tiene su verdad, su propia verdad, y son raras las veces que uno llega a conocer la verdad de otro, incluso si se pasa la vida entera con él o con ella» (Corazón tan blanco).

En todas sus historias encontramos personajes cuyas vidas se han visto sometidas a algún episodio decisivo que las ha cambiado para siempre: una doble identidad, una mentira, una muerte inesperada, etc. Los personajes, entonces, dejan de tener el peso de la obra y es el destino, en términos generales, quien pasa a protagonizar cada una de sus novelas. Personajes arrojados a un campo de batalla, que es la vida, donde el riesgo puede ser tanto esconderse como dar la cara. Entre sendas opciones, la reflexión: esa inclinación hacia el autoanálisis que Javier Marías desarrolla a través de sus personajes. «El tiempo es una obsesión, como el alma y la muerte» (Los dominios del lobo).

Son múltiples los parecidos entre las obras de Javier Marías y otros autores de referencia, como Miguel Delibes en Cinco horas con Mario, que narra el desahogo de una mujer que acaba de perder a su marido; en Mañana en la batalla piensa en mí –título, por cierto, extraído de un verso de Shakespeare–, Marías relata las cavilaciones de un hombre que acaba de presenciar la muerte de su amante. Ambos libros profundizan en el desconcierto que implica la pérdida de una persona instantes después de que esta se produzca.

De igual modo, el autor toma la figura de Penélope, la mujer que espera, para escribir la novela de Berta Isla, que puede ser entendida como una revisión contemporánea de La Odisea. «La historia había estado llena de mujeres que se quedan y esperan, que miran hacia el horizonte todos los días al atardecer tratando de divisar una figura familiar, y que justamente se dicen eso: hoy no, hoy tampoco; pero quizá mañana sí, mañana quizá». Tomás Nevinson, desde esta perspectiva, estaría protagonizada por Tom, que sería el propio Ulises, ya que esta otra novela narra la misma historia, pero desde el punto de vista del hombre que se marcha.

A pesar de las citadas intersecciones y los puntos en común con otros textos, lo que más identifica la narrativa de Javier Marías es esa presencia constante de la traducción; la traducción entendida no en un sentido literal –no por las traducciones que se han hecho de sus libros ni por las que ha llevado a cabo él–, sino por esa preocupación que Marías muestra siempre por el lenguaje, por la palabra exacta. «Eso fue lo que vino a decir ulterior, si hubiera hablado en español, porque esta vez (lo comprobé en casa más tarde) recurrió a ese vocablo preciso de Shakespeare» (Tomás Nevinson). Si uno se detiene a pensar en el trabajo de un traductor, imaginará un cierto margen de error o de vacilación entre las palabras originales y las finales, esa búsqueda por la lealtad al texto, que está estrechamente vinculada a la representación de los personajes y sus relatos. ¿Hasta qué punto el relato es fiel a la verdad? Esta cuestión, en torno a la que gira toda su producción novelística, es un espejo de su perfil profesional como traductor. «No seas ingenuo, Tom. Uno no sabe nunca cuánto tiene que ocultar. Lo que uno crea es irrelevante, y lo que haya sucedido también, si no lo corrobora nadie. Lo que importa es lo que unos entienden de lo que otro cuenta y dice, o lo que deciden entender. Y el uso que hacen de ello, sobre todo si lo quieren retorcer o volverlo a su favor» (Berta Isla).

«Contar es casi siempre un regalo», expresa Javier Marías en una de las primeras líneas de Tu rostro mañana. Leer también lo es –añadimos nosotros–; sobre todo, si la lectura elegida es tan prometedora como las que aquí hemos citado, y con las que recordaremos siempre a este escritor.

Sara Manzano Carretero
Sara Manzano
Estudiante del Doble Grado en Educación Primaria y Lengua y Literatura española. En 2019 publicó «Sé tu nombre» (Círculo Rojo), y ha colaborado en la antología de relatos solidarios «Me pongo en tu piel» (Cruz Roja, 2021) .Forma parte del equipo de Estación Cultura (@estaciondecult). Twitter: @sara_manzanoc

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