Cuando caminaba sin motivaciones y sin rumbo por la vida, tardes de parque y cervezas, sin más ánimo que el de estar ahí, en el momento presente, sin preocupaciones, saboreaba la inmediatez de la vida, sin darme cuenta. Fue cuando momento de decidir dar un cambio a mi vida cuando la ansiedad y las preocupaciones cogieron forma y empezaron a golpearme. Entonces entendí que una vida de responsabilidades, inquietudes y ambición implica necesariamente preocupación, incertidumbre y, muchas veces, malestar. Pero, en ningún caso, hubiera imaginado que encontraría la respuesta a esos pensamientos rumiantes en la filosofía, concretamente, en Hegel.
Nadie me lo recomendó, tampoco sé cómo empecé a leer la filosofía del derecho de Hegel, seguramente indagando en la bibliografía de dicha asignatura en la carrera. Pero, lo cierto es que este autor me cambió la vida, igual que se la cambió a cientos de personas que, sin estar matriculados en sus clases en la Universidad de Berlín, acudían a escuchar sus lecciones, dejando el aula de su enemigo Schopenhauer vacía, puesto que Hegel era mucho Hegel.
A través de su concepción del espíritu empecé a ver la vida de otra manera. El espíritu es sin duda la base de la filosofía hegeliana, puesto que a partir de dicha concepción desarrolla sus teorías sobre la historia y el derecho. Hegel entiende el espíritu en tres fases: el espíritu objetivo, el subjetivo y el absoluto, porque esa es su manera de comprender el desarrollo de la historia. Aparece algo en abstracto, una tesis, que a su vez es negado por otro algo, la antítesis, y juntas forman lo concreto, la síntesis, que a su vez vuelve a ser una nueva abstracción. Así entiende el mundo en el que vivimos, sus teorías sobre la eticidad, moral y derecho, o simplemente la historia de la humanidad.
Un ejemplo ilustrativo que siempre pongo es el de que aparece una dictadura, lo niega una guerra y lo sintetiza una declaración de derechos humanos. Hegel no es que defienda las guerras, sino que las entiende, las comprende como el autoconocimiento que está sufriendo el espíritu para llegar hacia algo mejor. Y ahí es donde me calmé: Todo lleva a algo. Todo es proceso, todo es resultado. Porque así es la propia realidad, que se manifiesta en forma de proceso continuo en busca del espíritu absoluto y no en forma de dogma o definición.
Cuando discuto amablemente con amigos veo ahí el espíritu hegeliano. Porque de toda discusión, conversación, dialéctica… queda algo, y eso que queda ahí es el espíritu del que hablamos. Me ayuda a ser optimista, a seguir hacia adelante y a entender que no estoy más que en mi propio camino, a veces mejor, otras veces peor, pero en definitiva en mi camino. El espíritu no se puede ver, tampoco se puede tocar, pero sí se puede sentir. Muchas veces se manifiesta en forma de negatividad o de sucesos trágicos, pero cuando finalmente se reconoce y, mejor, cuando lo reconoces aunque sea en el duelo entre dos moscas es maravilloso. Porque está ahí, en la inmediatez de la cosa, alejado de todas las teorías elitistas que creen que el arte solo lo pueden definir unos pocos, aquellos eruditos sobre la materia que en lugar de reconocerse como ignorantes actúan con una actitud de «árbitro de la vida», sin haber llegado a comprender que el arte, la filosofía, el espíritu absoluto, puede nacer y brotar del suceso más mundano y simple, del duelo entre moscas que comentaba anteriormente, para el que no hace falta ser experto de nada, sino simplemente un ser humano en su propio camino.